Nos sentamos y miramos la gente pasar, inventándonos mil historias, todos ellos ajenos a nuestras palabras, nuestros susurros, al roce de nuestros cuerpos, la intensidad de su mirada, mi temor… Y de repente todo se paró, yo notaba como se acercaba lentamente, con movimientos casi imperceptibles y, de repente nos sobrevino ese silencio. El silencio. Él me sonreía, yo no podía más que devolverle la sonrisa, mi sonrisa más sincera. Era feliz, y esperaba, que, justo en aquel momento, él también lo fuera.
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